Hace mucho estamos juntos, pero apenas hoy comienzo a amarte.
Esta mañana cuando abrí los ojos, lo primero que sentí fue cómo me envolvías toda. Estiré los brazos, hundí la nariz en la almohada impregnada de tu aroma, empujé con los pies la sábana y mmm.... me desperecé rico. Qué te puedo decir, estoy sumergida en ti hasta el fin de mis días.
Mi mamá me cuenta que cuando nacimos tenías una mancha morada que te cubría toda la espalda porque habíamos estado sin oxígeno algunos segundos antes de salir. Nos salvamos por un pelo de rana calva, y aquí estamos, una mañana más, despertando juntos. Te mereces esta caricia en la pancita, te la has ganado por aguantarme. Reconozco que he sido de lo más ingrata y hasta cruel contigo. No he hecho más que encontrarte defectos en estas casi tres décadas que llevamos juntos. De tanto desear que fueras diferente, te sometí a torturas horribles, casi copiadas de los tontons-macoutes. Te prohibí helado por casi diez años, no quiero ni recordarlo, eso sin mencionar los ¡No! frente a una pizza o un hojaldre. Qué agonía. Le pagué a otros para que te molieran a golpes con aquello de los masajes reductores y te insulté frente al espejo todas las mañanas. Me deben llevar presa por maltrato físico y psicológico. Yo estaba tan desquiciada que asimismo como te criticaba por crecer hacia los lados, te sometía a sobredosis de papitas fritas. ¿Cómo se había atrevido Dios a darme este cuerpo defectuoso? ¿Quién puede ser feliz con caderas anchas, muslos gruesos, nalgas protuberantes y todos con ganas de crecer? ¡Auxilio! Me encerraron en el cuerpo equivocado.
Hasta que un día, llegué apachurrada a casa después de una sesión de electricidad y masajes reductores. Me dejé caer en el sofá y me pregunté “¿Qué te estoy haciendo?” Nuestra relación iba de mal en peor y yo apenas comenzaba a darme cuenta de que la culpable era yo, no tú. Fue una cantante de blues en un club de jazz parisino la que me dio el truco para salvar nuestra unión. Sobre el escenario apareció una mujer inmensa, la mujer más grande que he visto en mi vida y al mismo tiempo una de las más hermosas que he conocido. Su cara era más bella que la de Barbie y por colosal que fuera su cuerpo, que encima estaba vestido de rojo intenso, lucía espectacular. Tenía una voz divina y me reveló el secreto de su belleza cuando dijo: “Amo a este cuerpo mío porque es el único que tengo y después de todo ni siquiera me lo puedo llevar al cielo”. ¡Zas! Un rayo me partió el cerebro y me abrió el corazón. Mientras, ella cantaba alegremente “I am two hundred pounds of fun” (soy doscientas libras de diversión), yo te estaba pidiendo perdón. Por fin, había comprendido que eres hermoso tal cual eres. ¿Acaso podía pretender yo perfeccionar lo que ya había hecho Dios? Te di mil sobijos y te dije por primera vez “te amo tal como eres”.
Eres mi único traje y el que mejor me queda. Eres mi lugar predilecto y el compañero perfecto. Me permites respirar, abrazar, besar, caminar, tocar, brincar, mirar, oler, hablar, oír... acaso algún día podré acabar de contar los miles de sustantivos que tú haces verbo en mí. Así que te liberé de las prohibiciones y torturas y ahora estás que te revuelcas de alegría. Comes lo que quieres, gozas mucho de caminar al aire libre, y estás por alcanzar tu peso natural, sin presiones. Estamos en nuestra luna de miel, un poco tardía pero llegó.
Te advierto que mi humor es variable y así como hoy alabaré tu sensualidad, mañana puedo insultarte en el vestidor de un almacén porque no sube el zipper. Aguántame un poquito, por favor, a veces se me sale el cobre. Pero no puedes negar que vivimos muy bien las reconciliaciones porque es cuando estamos en todo nuestro esplendor.
Prometo hacer mi mejor esfuerzo para no alimentarte de basura, ponerte en movimiento, sacarte a pasear bien vestidito y darte mucho reposo ¡Qué rico! Mejor aún, prometo escucharte para saber cuando ya estás lleno, cuando quieres más, cuando no deseas hacer nada. Pero por encima de todo, prometo amarte y respetarte todos los días de mi vida hasta que la muerte nos separe.