La silicona, utilizada desde los años sesenta, ha estado en la picota numerosas veces. Prohibida en ocasiones, su uso es legal en España y en Europa. Sus defensores aseguran que los riesgos y posibles consecuencias para la salud no están probados científicamente. Esto quiere decir, no que sean seguras, sino que no se ha demostrado que sean peligrosas. Obviamente son dos cosas muy distintas. Que nadie se haya molestado en comprobar hasta que punto pueden tener consecuencias en la salud de sus usuarias no parece un argumento de peso para refutar las advertencias que otras personas esgrimen, muchas de ellas basadas en casos probados de toxicidad. El caso es que hay mujeres que se enfrentan a enfermedades degenerativas irreversibles por la absorción de la silicona en el riego sanguíneo; otras reconocen problemas de encapsulado de la silicona, aparición de tejido duro y doloroso alrededor de las prótesis, reacciones alérgicas graves, quistes y llagas de difícil cicatrización, etc. El mensaje de las y los cirujanos era que las pacientes carecían de información sobre los riesgos, asumiendo las operaciones como algo intrascendente que además se ofrece con apariencia de rigor científico. Por el contrario, pocos profesionales de la medicina se dedican a retirar las prótesis a quienes deciden eliminar esos elementos de su organismo. Además, el coste de estas operaciones es tres veces más elevado que el de implantarlas, el riesgo físico mucho mayor y el tiempo de intervención seis veces superior.
Frente a este discurso, que pone sobre la mesa la realidad de las intervenciones quirúrgicas, aunque sean estéticas (dolor, agujas, sangre, piel entumecida, vendajes) existe, sin embargo, un mensaje aparentemente inocuo, que las promociona como simples productos de belleza, sin informar de los riesgos y las servidumbres, la primera de ellas la caducidad de las prótesis. Según el reportaje emitido, a los diez o quince años de la primera intervención será necesario volver a operar porque las prótesis estarán en proceso de desintegración (y reabsorción de la silicona a través del organismo). Los problemas ya citados de quistes y heridas externas provocan que un 10 por ciento de las mujeres deban operarse a los tres años de la implantación. Teniendo en cuenta que las mujeres cada vez se las ponen más jóvenes, afrontarán una larga lista de operaciones a lo largo de su vida.
Todo por un sueño. La mayoría de estas mujeres asegura que, a pesar de los problemas, el dolor o la pérdida de sensibilidad, no se arrepienten porque "no son mujeres sin esos pechos". Por eso, algunos médicos reconocían que todo era inútil: "cuando una mujer va al cirujano ya ha tomado una decisión". Habría que ver hasta que punto es una decisión libre, claro, sometidas a un discurso de estética, apariencia y vanidad que, especialmente desde los medios de comunicación, dice a las mujeres que son unas fracasadas si no pueden portar un cuerpo determinado. De momento, en España somos el cuarto país en realizar intervenciones de este tipo y la principal compañía dedicada a este negocio acaba de experimentar una espectacular salida a bolsa que incluía una promoción vergonzosa y sexista con mujeres vestidas de enfermeras a "lo Benny Hill". Se supone que era la imagen del rigor científico y médico pero han dejado en evidencia la verdad: vanidad y simple apariencia por encima de la salud